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HISTORIAE

SER DIFERENTE EN LA BAJA EDAD MEDIA (II)

Artículo escrito por Luis Galan Campos, graduado en Historia.

Haeretici, apostatores ac schismatici

El 18 de marzo de 1314 el último Gran Maestre de la Orden del Temple muere en una hoguera improvisada en l’Île-aux-juifs, cerca de París, bajo la grave acusación de herejía, apostasía e idolatría. Unos setenta años antes los últimos cátaros sufrieron idéntica suerte en Montsegur, en el Pirineo francés. La centralización de la Iglesia y la construcción de un pensamiento único hace que los grupos y pensamientos que no concuerdan con la norma establecida por el Papado (heterodoxos) sean excluidos de la Iglesia: son las llamadas «herejías«.

Es cierto que, desde el siglo IV, en la lucha por definir la doctrina de la Iglesia, ésta ha ido excluyendo a muchos grupos, movimientos minoritarios y corrientes alternativas a las que ha tildado de «herejía» (libre pensamiento). Sin embargo, a partir de los siglos XI y XII, con la confusión entre Iglesia, orden público y sociedad, se tiende a criminalizarla, es decir, que los que se nieguen a reconocer su error y abandonar sus errores serán condenados a muerte inflamante en el fuego.

Ilustración que representaría al Gran Maestre llegando a la hoguera para su ejecución
Ilustración que representaría al Gran Maestre llegando a la hoguera para su ejecución

Podemos distinguir tres tipos de herejías. Por un lado, las que cuestionan el dogma o la teología católicos como el catarismo, el bogolomilismo o el valdensianismo, que son erradicadas a lo largo del siglo XIII; por otro lado, las que, convencidas de la inminencia del Fin del mundo, cuestionan el orden social y político como el sogrelianismo (los «dulcinitas») o el fiorismo; y por último, las que cuestionan a la Iglesia como institución y el poder de los Papas, y que reclaman una reforma urgente y profunda de los mismos, como la lolardía de John Wycliff a finales del siglo XIV, o el husitismo de Jan Huss a principios del siglo XV.

Huelga decir que, por un lado, ninguno de estos grupos se consideraban a sí mismos herejes -una denominación que les daban las instituciones oficiales- sino que entre ellos mismos se consideraban cristianos auténticos y reclamaban la herencia de un cristianismo primitivo más puro. Por otro lado, la ausencia o la destrucción deliberada de sus documentos nos impide conocer tanto a ellos mismos más a fondo como su grado de integración real en la sociedad.

Retrato de Jan Huss
Retrato de Jan Huss

Ser diferente en el país de lo irreal

Los antropólogos coinciden en que la creación de un enemigo común —al que se atribuyen todos los caracteres negativos—, sea éste real o imaginario, es un poderoso factor de unión del grupo. En muchos casos, la ignorancia o el miedo contribuyen a demonizar un grupo concreto al que se le imputa la voluntad de acabar con la sociedad, o directamente se crea un enemigo irreal, que refleja los miedos y prejuicios más profundos de la sociedad. Es el caso de la brujería.

Las prácticas mágicas o de adivinación se conocen desde la Antigüedad, y los sermones y otros textos de la Iglesia condenando las supersticiones y la superchería demuestran su arraigo en todos los estratos sociales. Entre los años 1260 y 1330 se produce un cambio radical en la postura de la Iglesia, pues la brujería en primer lugar se demoniza -se considera fruto de un comercio con el Diablo que tiene como objetivo dañar a la sociedad cristiana- y se judicializa -a partir de entonces el brujo o bruja es un criminal, un malhechor que ha de ser perseguido-. En parte se confunde con la herejía, y verdaderamente se concibe que existe una Iglesia del Diablo, que imita perfectamente a la Iglesia Católica, y donde sus acólitos se comprometen a servir a Lucifer para acabar con la Fe de Cristo.

Ilustración medieval de quema en la hoguera de alguien sin identificar, seguramente un cátaro, sodomita o hereje
Ilustración medieval de quema en la hoguera de alguien sin identificar, seguramente un cátaro, sodomita o hereje

La creencia en la conspiración, en que un grupo conspira secretamente para destruir la sociedad o apoderarse del mundo, recorre Europa desde los siglos medievales. En muchos casos se causa de ello o sirve como excusa para atacar a grupos marginales: los judíos franceses y alemanes, a los que se culpa de propagar epidemias envenenando las fuentes de agua como en la Gran Peste de 1348; los mudéjares valencianos que mantendrían correspondencia con el rey de Granada y el Gran Turco; los leprosos a los que se persigue y masacra en Francia en 1322, imputándoles el delito de contaminar los pozos para propagar su mal; o marginados y delincuentes que se organizarían en Estados paralelos ocultos en las grandes ciudades donde tendrían sus propios reyes y Papas, códigos secretos y códigos morales que invierten la moral cristiana, como los Coquillards de Lyon, la Corte de los Milagros de París, o la Garduña en la Monarquía Hispánica.

Representación de la Corte de los Milagros de París
Representación de la Corte de los Milagros de París

Esta tendencia a explicar los problemas y cambios de la sociedad a través de una gran conspiración atraviesa la Historia hasta el siglo XX y explica Los Protocolos de los Sabios de Sion, el antisemitismo nazi, e inclusive la creencia en una conspiración Illuminati u orquestada por las grandes empresas en nuestros días. Nunca hemos dejado de creer en fantasmas, contrasociedades y conspiraciones, que son un reflejo del Otro, cuya imagen nos sirve para afianzar los lazos de solidaridad en nuestra sociedad.

Siempre aquello extraño o que desconocemos es susceptible de convertirse en el Otro y aquello a lo que tememos y desconfiamos. ¿Nos hemos distanciado tanto de los últimos siglos medievales? ¿O el contexto de nuestros días encuentra paralelismos con el de aquellos tiempos y hemos de buscar en ellos la respuesta a los nuevos retos que se avecinan para la convivencia en un mundo cada vez más globalizado?

Hitler en uno de sus discursos públicos más multitudinarios
Hitler en uno de sus discursos públicos más multitudinarios

Artículo escrito por Luis Galan Campos, graduado en Historia.


       Luis Galan Campos es graduado en Historia por la Universidad de Valencia. Actualmente cursa el Máster de Formación en el Mundo Occidental en la misma universidad. Su periodo histórico de investigación es la Edad Media (s. V – XV), contando entre sus áreas de trabajo la aristocracia occidental, la ideología de las élites, la Historia de las religiones y la construcción y establecimiento de los Estados.

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