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HISTORIAE

BANQUETES Y HOSPITALIDAD DURANTE EL BRONCE FINAL

Tal y como comencé el período anterior del bronce final, la primera fase la cual los arqueólogos e historiadores hemos numerado como Bronce Final I, y si me han seguido los anteriores artículos, se inició con un recorrido por los rasgos sociales de los pueblos que en este tiempo poblaban la Península Ibérica; en esta ocasión esos rasgos han evolucionado en cierta manera tras una pequeña evolución. Hay rasgos que cambian pero otros se mantienen en el tiempo, y en este artículo veremos una parte de ello descubriendo una de esas características sociales siempre desde un punto de vista arqueológico que nos da la pista de cómo debían ser los banquetes por distintos motivos y cómo era la hospitalidad de esos pueblos acompañado siempre de la música. Para esta ocasión, como apenas tenemos registro arqueológico vamos a tirar de nuevo de esas dos obras cumbres de la literatura universal, la Ilíada y la Odisea de Homero, que sin duda para un arqueólogo o historiador representa una fuente fiable de información de primer orden.

Busto de Homero
Busto de Homero

En este recorrido vamos a empezar por el yacimiento de Nossa Senhora da Guía, Baioes (Viseu, Beira Alta), que presenta el mejor conjunto de piezas que se utilizarían en un ceremonial de banquete, como un gancho de carne, resto de uno o varios asadores articulados, fragmentos y un asa de caldero metálico, y seis cuencos metálicos semiesféricos. Durante el banquete se hacía gala de hospitalidad, el principal valor social de la sociedad del Bronce Final, se comía y se bebía hasta saciarse, se ostentaba la ropa y las copas de bebida más lujosas ante los invitados, y se intercambiaban las últimas noticias llegadas. El aedo recitaba con la lira las acciones heroicas que habían realizado el dueño de la casa, sus antepasados o aquellas de las que tenía alguna noticia.

La comida se repartía equitativamente: “Nunca carecía […] de la equitativa porción en el banquete” (Homero, Ilíada, IV, 48). La carne se cortaba en porciones pequeñas para poder ser comidas directamente sin tener que utilizar un cuchillo y ensartadas en un asador se ponían al fuego después de añadirle sal. A veces son los anfitriones los que se encargan de preparar la carne en persona; así, Aquiles encarga a Patroclo que le ayude a preparar un banquete para sus invitados: “puso un gran tajón al resplandor del fuego, colocó en él el lomo de una oveja y el de una pingüe cabra y la cinta de un suculento cerdo, floreciente de sebo. Automedonte tenía el tajón, y el divino Aquiles los troceaba. Los trinchó bien y los ensartó en brochetas, mientras […] encendía una gran hoguera. Y una vez que el fuego se consumió y la llama dejó de arder, esparció la brasa, extendió encima las brochetas y espolvoreó divina sal, levantándolas por los morillos” (Homero, Ilíada, IX, 206-214).

Dibujos de piezas halladas en el yacimiento de Nossa Senhora da Guia
Dibujos de piezas halladas en el yacimiento de Nossa Senhora da Guia

En otras ocasiones el banquete es el resultado posterior del sacrificio de un animal, como el realizado por Agamenón buscando el favor de una divinidad: “despiezan los muslos y los cubrieron con grasa formando una doble capa y encima pusieron trozos de carne cruda. El anciano los asaba sobre unos leños, mientras el rutilante vino vertía; al lado unos jóvenes hacían asadores de cinco puntas. Tras consumirse ambos muslos al fuego y catar las vísceras, trincharon el resto y lo ensartaron en brochetas; lo asaron cuidadosamente y retiraron todo el fuego. Una vez retirada la faena y dispuesto el banquete, participaron del festín, y nadie careció de equitativa porción” (Homero, Ilíada, I, 460-468).

Antes de empezar a comer era requisito indispensable el lavado previo de las manos: “instó a la sirvienta despensera a derramar agua pura  en sus manos. Se presentó la servidora trayendo un aguamanil y también un jarro en las manos y tras lavárselas tomó la copa” (Homero, Ilíada, XXIV, 302-305), función que podría desempeñar  algunos recipientes metálicos como los localizados en Berzocana (Cáceres) o Baioes. El invitado o los invitados recibían las mejores partes de la carne del animal, como hizo Menelao en su casa con Telémaco, el hijo de Ulises: “les dio unos pedazos de lomo vacuno que le habían puesto a él cual bocado de honor en la mesa” (Homero, Odisea, IV, 65-66). Junto a la carne se consumía pan, cebolla y vino, hidromiel o cerveza: “cebolla como companaje para la bebida y amarillenta miel; al lado, molienda de sacro trigo y una copa” (Homero, Ilíada, XI, 630-632).

Algunas piezas del tesoro de Berzocana
Algunas piezas del tesoro de Berzocana

A la llegada de un nuevo huésped, se le ofrecía inmediatamente una copa para beber y saciar su primera sed, como hace Anfínomo a Ulises: “tomando una copa de oro, ofreciósela y dijo ten salud, padre huésped, y al menos de aquí en adelante sé feliz” (Homero, Odisea, XVIII, 121-123). También, al marcharse, el huésped ofrecía una copa a la salud de quienes le invitaron, caso de Alcinóo y su mujer Areta en Feacia: “Alzándose el ínclito Ulises puso en manos de Areta una copa […] Sé por siempre feliz, ¡oh señora! Hasta tanto lleguen la vejez y la muerte” (Homero, Odisea, XIII, 56-60). Incluso en la vida diaria, al huésped lo atendía de forma especial cualquier persona: cuando Eumeo, esclavo mayoral de los cerdos de la casa de Ulises, sacrificó sin autorización uno de los animales de la piara para atender al propio Ulises, sin reconocerlo, repartió las porciones, pero reservó para el invitado la mejor parte: “diole a Ulises, no obstante, la cinta del lomo del cerdo dentiblanco y le pecho del rey inundábale en gozo” por comportarse como un señor, y al preguntarse le responde: “come ya, singular extranjero, disfruta de las cosas que tenemos” (Homero, Odisea, XIV, 436-438; 443-444).

Estela de Zarza Capilla
Estela de Zarza Capilla

Un banquete no podía ser un evento festivo si faltaba la música. Conocemos varias liras en las estelas del Suroeste como Zarza Capilla (Badajoz) o Quinterías (Badajoz), en el valle del Ebro en la estela de Luna (Zaragoza) y la posible presencia material de un chalkophón o calcofón, en el depósito de Baioes (Viseu, Beira Alta). Su presencia es tan esencial como las armas, porque sin ella no pueden rememorarse las hazañas del pasado, perdiéndose de la memoria el acto heroico, que es más apreciado que la propia vida.

Este hecho es más trascendente de lo que aparenta porque refleja que las acciones humanas, incluso de una sociedad sin escritura como son los de la fase final de la Edad del Bronce, se medían porque habían de ser valoradas por sus contemporáneos y recordadas sus gestas en el futuro si así lo merecían. Un comportamiento no heroico sería reprobado en el futuro, como teme Agamenón si no conquistan Troya: “Vergonzoso es que se enteren de esto los hombres venideros; de que tal y tan numerosa hueste de aqueos en vano está combatiendo y luchando en ineficaz combate contra menos hombres” (Homero, Ilíada, II, 119-122). En cambio, de la gloria ya se disfrutaba en vida, como le pasaba a Ulises a pesar de sus infortunios, cuya fama por sus hazañas en la Guerra de Troya alcanzaba hasta Feacia, y él mismo manifiesta ante Alcinóo: “Soy Ulises Laertiada, famoso entre todas las gentes por mis muchos ardides; mi gloria ha subido hasta el cielo” (Homero, Odisea, IX, 19-20).

Estela de Luna
Estela de Luna

Por ello, la presencia de la lira era esencial en el banquete del Bronce Final: “satisfecho nos tiene ya el gusto la buena comida y la lira también, compañera del rico banquete” (Homero, Odisea, VIII, 98-99), lo que hacía que el aedo gozase de una notable posición social como recalca Ulises: “la honra y el respeto mayor los aedos merecen” (Homero, Odisea, VIII, 479-480). Los hijos de cierta edad eran autorizados a estar presentes en los banquetes para que escuchasen los cantos heroicos que recitaban los aedos, como cabe intuirse del peligro de que un niño quedase huérfano: “el día de la orfandad […] el que tiene padre y madre lo expulsa del banquete, llenándolo de bofetadas e increpándolo con voces injuriosas: ¡lárgate de ahí, tu padre no está convidado con nosotros!” (Homero, Ilíada, XXII, 490-498).

La música no estaba restringida sólo al aedo, sino también un guerrero de linaje regio como Aquiles había aprendido a utilizar la lira: recitaba cantos épicos a su compañero Patroclo utilizando una lira con clavos de plata, que había tomado en el saqueo de una ciudad y se había reservado para él: “lo hallaron deleitándose el ánimo con una sonora forminge bella, primorosa, que encima tenía un argénteo clavijero. La había ganado de los despojos al destruir la ciudad de Eetión y con ella se recreaba el corazón y cantaba gestas de héroes. Sólo Patroclo en silencio estaba sentado frente a él, aguardando que el Eácida dejara de cantar” (Homero, Ilíada, IX, 186-191). La música acompañaba al guerrero, al terminar el combate, a la espera de su reanudación, rememorando hazañas del pasado.

Dibujos de las liras representadas en las estelas de Luna y Zarza Capilla, respectivamente
Dibujos de las liras representadas en las estelas de Luna y Zarza Capilla, respectivamente

BIBLIOGRAFÍA

GRACIA ALONSO, F. “De Iberia a Hispania”, Madrid, 2008, pp. 59-62.

HOMERO, Odisea

HOMERO, Ilíada

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